Rezaba. ¿Lo hacía? Él… sólo hablaba. Las rodillas le dolían a causa de su interminable pelea con el suelo. Tenía la mirada gacha y los pensamientos en las nubes.
Quería huirla, hacer desaparecer su fantasma. Por más que cerrase los ojos o ignorase sus palabras, allí estaba ella, incorpórea e imparable, deslizándose por su mente con delicadas pisadas.
Cerró los ojos y pensó más fuerte. Si había alguien ahí arriba, ¿por qué no le ayudaba?
- No te escucha.
Lentamente despegó los parpados. Allí estaba. Sus piernas colgaban del altar de forma descuidada mientras sus manos despellejaban entretenidas una mandarina.
- ¿Cómo lo sabes?
- Ni te escucha a ti ni escucha a nadie. O quizá sí. Quién sabe. Puede que tenga su propio lobby, un grupito de beatos con derecho a conexión directa con el Cielo. Pero, desde luego, tú no estás entre ellos.
- ¿Y eso por qué?
- Porque eres bueno.
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