Una mañana, mientras desayunaban, su violín comenzó a sonar. Con la mirada, sus dedos lo acariciaban. Las notas llenaron la habitación. Ella se acomodó sobre la encimera y continuó untando su tostada de mantequilla. Llevaba una camisa blanca, arrugada, rozando sus piernas desnudas, aún más pálidas.
La cucharilla paró de golpear las paredes de la taza. La observó.
- ¿Eres real?
Sonrió y clavó el cuchillo en su propio corazón.
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